EU y China, enemigos implacables que conducen a una división mundial
Es tentador satirizar la disputa comercial entre Estados Unidos y China como una telenovela protagonizada por dos egos. La otrora estrecha amistad entre los presidentes Donald Trump y Xi Jinping se ha roto. Se dice que los dos países han emprendido una “separación consciente”. Xi simplemente no está interesado en Donald, ¿saben?
Excepto que las consecuencias de esta separación son muy graves. Las dos economías más grandes del mundo, aún muy interdependientes, están cortando sistemáticamente los lazos que las unen. Hay menos comercio, menos inversión, menos estudiantes que cruzan las fronteras para formarse y menos contactos entre las milicias.
La única pregunta ahora es qué tan conflictiva y antagónica será la relación. En el peor de los casos, Estados Unidos y China dividen la economía mundial en dos, cada uno jalando a su propia órbita a un grupo de socios comerciales.
Una división cada vez más profunda entre EU y China afectaría aún más el comercio, la inversión y el movimiento de personas, que en conjunto son una fuente de innovación y prosperidad. “El resultado de obligar a Europa y al resto del mundo a elegir entre EU y China aún no se puede determinar, pero será costoso para todos los involucrados”, escribió Jacob Kirkegaard, investigador del Instituto Peterson de Economía Internacional, en un informe publicado este mes.
Las consecuencias para la seguridad mundial son potencialmente aún mayores. Es cierto que no hay garantía de amistad entre países que comparten una densa red de contactos. Pero los países que levantan un muro entre ellos son invariablemente rivales, si no es que directamente hostiles, dice Jeffrey Bader, investigador del Brookings Institution que fue director de asuntos asiáticos en el Consejo de Seguridad Nacional del presidente Obama.
La principal razón para creer que las cosas pueden empeorar es que la confianza, una vez rota, es difícil de reparar. No llegará el día en que Trump y Xi se rían de todo este episodio como un tonto malentendido. Por ejemplo, ahora que el Gobierno de Trump restringió la venta de chips de fabricación estadounidense a los gigantes chinos de las telecomunicaciones Huawei Technologies y ZTE, es imposible imaginar que Xi vuelva a considerar a Estados Unidos como un proveedor confiable de piezas esenciales.
Ante la separación, las empresas están redoblando la investigación endógena. HiSilicon, la división de chips de Huawei, está por convertirse uno de los mayores fabricantes mundiales de procesadores, según el analista Mark Li de Sanford C. Bernstein (Hong Kong).
Otra razón para esperar lo peor es que una guerra comercial suele alimentarse de sí misma, es decir, cada acto de represalia de un bando es tomado como una nueva afrenta por el otro. Los aranceles de Trump comenzaron en enero de 2018 con impuestos a las lavadoras y los paneles solares importados de todos los países, no solo de China. Pero el pique entre ellos ha escalado de tal forma que, para este diciembre, de acuerdo con los planes anunciados por cada parte, habrá aranceles punitivos sobre casi todos los productos que se venden mutuamente.
Por último, algunos de los asesores de Trump ven a China no solo como un rival sino como un enemigo implacable. El documento Estrategia de Seguridad Nacional, publicado en 2017, sostiene que China y Rusia pretenden “configurar un mundo antitético a los valores e intereses estadounidenses”. El secretario de Estado Mike Pompeo dijo en junio: “China quiere ser el poder económico y militar dominante del mundo, propagando su visión autoritaria de la sociedad y sus prácticas corruptas en todo el mundo”. Y en esa misma línea, Peter Navarro, director de política comercial y manufacturera de la Casa Blanca, escribió un libro titulado “Muerte a manos de China”.
El año pasado, en el marco del Foro Nueva Economía de Bloomberg en Singapur, Henry Paulson, quien fue secretario del Tesoro del presidente George W. Bush, advirtió sobre una “cortina de hierro económica” que dividiría al mundo si Estados Unidos y China no logran resolver sus diferencias. Paulson culpó a China de gran parte del impasse, pero dijo que Estados Unidos necesita moderar el tono de su retórica. “Si tratamos a China como un enemigo, podría convertirse en uno”, afirmó.
La disolución de lo que solía llamarse “Chimerica” ya ha comenzado. Michael Scicluna, director financiero de Shyft Global en Provo, Utah, explica que su pequeña empresa de outsourcing ayudaba a tercerizar la producción de todos sus clientes en China, pero durante el último año trasladó el 15 por ciento de la producción a Taiwán, Tailandia y Vietnam, y el porcentaje seguirá subiendo. “Entendimos la cultura china bastante bien. Pero los aranceles, añade, están haciendo que China sea mucho más costosa.
Los aranceles también están haciendo que Estados Unidos sea un lugar más caro para hacer negocios. Troy Roberts, director ejecutivo de Qualtek Manufacturing en Colorado Springs, argumenta que los aranceles al acero han convertido a su país en una isla con elevados precios, perjudicando a empresas como la suya que compran acero estadounidense para fabricar componentes. Cuenta que recientemente perdió un cliente frente a un competidor que compra su acero en Austria. “Aplaudo los esfuerzos para intentar lidiar con China. Es solo que su método no está funcionando”, señala Roberts.
Trump tiene razón, ciertamente, en que China ha incurrido en el robo de propiedad intelectual, en la transferencia forzosa de tecnología y (en el pasado) la manipulación de su moneda, entre otros pecados. Pero la forma más efectiva de lidiar con tales violaciones es la presión internacional concertada ejercida a través de organismos multilaterales como la Organización Mundial del Comercio. El objetivo con China debería ser un comercio más justo, no un menor comercio.
Trump está tratando de hacer que China abandone su programa Made in China 2025, un plan gubernamental de diez años.
Más problemas
Intentar separar las interconectadas economías de Estados Unidos y China con el zafio instrumento de los aranceles acarrea más problemas. “Por cada consecuencia esperada de los aranceles, es probable que se produzcan diez consecuencias inesperadas”, advierte Stephen Myrow, socio gerente de Beacon Policy Advisors LLC en Washington, quien trabajó en el Departamento del Tesoro de Bush.
Intenciones no claras
La justificación del presidente de los Estados Unidos para la guerra comercial no siempre es clara. En ocasiones, justifica los aranceles como una medida temporal para sentar a China en la mesa de negociaciones; otras veces los ve como un medio para que los empleos y la producción regresen a Estados Unidos. Esa última ambición es un espejismo. La autosuficiencia parece algo bueno, pero en la práctica es una receta para un flojo crecimiento o algo peor. Ninguna economía, ni siquiera una tan grande como la estadounidense, puede hacer todo bien. El libre comercio permite que cada país se especialice en lo que hace mejor y comprar el resto a los demás.
Fuente: Hoy