Reformas para exportar
Pavel Isa Contreras. Es incuestionable que a lo largo de la última década y media, el desempeño comercial del país ha sido muy insatisfactorio. Hay amplia evidencia de ello. Descontando las de oro, en 2014 el valor real de las exportaciones de bienes, es decir, deduciendo la inflación internacional, fue de apenas poco más de 5% del valor registrado en el año 2000, y en esos 14 años el crecimiento medio fue de sólo 0.4% por año.
Es cierto que ese desempeño es explicado en parte por la sensible reducción de las exportaciones de ropa ocurrida entre 2005 y 2008, las cuales, en ese momento, tenían mucho peso. Eso fue algo que estuvo fuera de nuestro control. Pero era nuestra responsabilidad haber diversificado antes, y haber respondido más ágilmente.
No obstante, el dato es suficiente para argumentar que la apertura económica y los acuerdos comerciales en poco han ayudado a impulsar las exportaciones. Las razones son que, por un lado, estos no mejoraron mucho el acceso a los mercados de los países socios porque estos ya estaban bastante abiertos para el país; y por otro lado, porque una mayor exposición a la competencia internacional no garantizan un mejor desempeño productivo y comercial, y se requiere mucho más que acuerdos para tener éxito en los mercados internacionales.
Si la decepción exportadora no se ha traducido en un desastre económico mayúsculo ha sido porque el turismo ha tenido buen desempeño, porque ha habido dinero barato en los mercados internacionales que ha permitido, vía endeudamiento externo e inversión extranjera, solventar la situación externa, y porque las exportaciones hacia Haití han servido de amortiguador. Sin embargo, el dinero barato se acabará pronto, la deuda habrá que pagarla, y el mercado haitiano ya no crece como antes.
Por ello, debe estar claro que el comportamiento de las exportaciones de bienes no puede seguir así y que urgen reformas para impulsar la producción y las ventas externas.
Esas reformas deben empezar por darle un vuelco a las políticas de desarrollo productivo hacia unas que antes que garantizar la rentabilidad privada, hagan que el Estado contribuya a promover la transformación tecnológica. Eso es lo que permitiría lograr mayor calidad y productividad y mayor capacidad para exportar.
Si queremos ser exitosos, estamos obligados a transitar desde un modelo de políticas centrado en las exenciones fiscales hacia otro que enfrente los “pesos muertos” que drenan a todos los sectores productivos (energía y combustibles, funcionamiento de las instituciones y el Estado de Derecho, y calificación de la fuerza laboral, entre otros) y que atienda problemas sectoriales específicos como la sanidad vegetal. Eso no significa eliminar las exenciones del arsenal de instrumentos sino restarle peso, limitarlas en el tiempo y complementarlas con políticas que impulsen la transformación tecnológica. En esto, la cuestión de la calidad es un tema central. Si las empresas nacionales exportan poco, inconsistentemente, y logran sólo alcanzar mercados vecinos, no es porque vendamos caro sino porque la calidad de los productos es pobre, lo que no permite que la oferta se destaque.
El otro gran tema que necesita reformas es la política comercial. Ella es la que permitiría, con una oferta exportable razonable, penetrar mercados externos y defender legítimamente espacios domésticos. La reforma debe incluir cambios que permitan promover exportaciones con más efectividad; mejorar la forma en que administramos los acuerdos, lo que implica aprovechar bien las oportunidades en los mercados de los socios, cosa que no hemos hecho, y evitar abusos como por ejemplo aprovecharse de nuestra incapacidad para verificar el origen de las mercancías; fortalecer nuestros mecanismos de defensa comercial contra prácticas desleales como el dumping y los subsidios; y explorar la posibilidad de nuevos acuerdos.
Hay reticencias muy comprensibles a nuevos acuerdos por el pobre resultado logrado. Sin embargo, hay que reconocer que al concentrar la atención en nuestros mercados más grandes, ignoramos los más dinámicos como Brasil, China y Rusia, donde habría mucho potencial. Pero al mismo tiempo, las empresas de esos países pueden ser la mayor amenaza para nuestras manufacturas. Hay que perder el miedo y evaluar con detenimiento las oportunidades y amenazas de mercados y productos.
Por último, hay que reconocer que necesitamos cambios sustantivos en las instituciones de la política comercial. Hay que superar la dispersión, las duplicidades y la ineficacia. Conociendo como se hace política en este país, ese es un reto mayúsculo.
Fuente: El Caribe