El hecho –ocurrido en agosto de este año, a solo días de una nueva embestida arancelaria estadounidense– da cuenta de que la economía, como la vida –y parafraseando una canción del artista uruguayo Jorge Drexler– “es más com – pleja de lo que parece”. Ambos países tienen al mundo al borde de un ataque de nervios durante ya casi un año y medio. Estados Unidos sube aranceles a productos chinos y desde el otro extremo hacen lo propio con productos Made in USA. Para muchos, la dinámica es casi un remake de algo que la historia universal ha visto varias veces, una repetición que el académico estadounidense Graham Allison llama “la trampa de Tucídides”.
El concepto hace mención al historiador militar griego que durante el siglo V a.C. escribe “La Historia de la Guerra del Peloponeso”, relato que da cuenta de un conflicto muy parecido al actual, entre una potencia activa (Esparta) y una emergente (Atenas). Una obra que el autor esta – dounidense Robert D. Kaplan considera, en su atractivo libro El regreso a la Antigüedad, como “la obra más emblemática sobre la teoría de las relaciones internacionales de todos los tiempos”.
Y es que el temor a una potencia en avance inquieta a la que se encuentra establecida. Para el decano de IE School of Global and Public Affairs, Manuel Muñiz, “algunos ven en la reac – ción de Estados Unidos, al aumento de China, una dinámica similar a lo que narra Tucídides. Así, las tensiones comerciales actuales serían parte de un choque más amplio y tal vez inevi – table entre el país de hegemonía en declive y la nueva superpotencia”.
Para los funcionarios de Estados Unidos que forman parte del tira y afloja, la inspiración viene de lo hecho a mediados de los 80 por el presidente Ronald Reagan con Japón, la entonces fuerza “emergente”. Tal como China hoy, el Japón de los 80 mostraba un gran excedente comer – cial con Estados Unidos. Y tal como los chinos hoy, Japón por esos años utilizaba la política industrial para convertir empresas seleccionadas en potencias globales, además de buscar modos para acceder a la tecnología estadounidense.
Pero hay diferencias. Clyde Prestowitz –economista republicano, consejero del secretario de Comercio en la Administración Reagan y actual presidente del Instituto de Estrategia Económica– duda de que lo hecho con el imperio nipón sirva con el imperio chino. “Se trata de un animal distinto”, ha comentado en los medios. Y así es.
A diferencia de Japón, hoy China responde en el acto a las medidas de Estados Unidos. “Estamos totalmente preparados para devolver los golpes”, han dicho reiteradamente los voceros del Ministerio de Comercio en el país asiático. Aunque la lucha los dañe un poco, la apuesta es que los costos sean tan altos para Estados Unidos, que la administración Trump deba retroceder.
Las dos caras de un iPhone
El conflicto, que todo el mundo ya reconoce con el mote de “guerra comercial”, surge en marzo de 2018 y ha tenido fases muy intensas y otras más tranquilas. Las aguas financieras internacionales se han movido al ritmo de esas tensiones y, por lo tanto, “certeza” no es una palabra que hoy se encuentre con facilidad en los principales templos bursátiles del planeta.
El comercio, el valor de las materias primas y el precio del dólar son solo algunos de los aspectos del mundo económico que dan cuenta de las cambiantes pulsaciones que exhibe el conflicto.
“Es un choque que incide provocando sobrecostos, mayores riesgos, inestabilidad cambiaria y bursátil, pérdida de valor empresarial, alteración de precios y términos de intercambio, probable reducción del comercio internacional y, en consecuencia, una posible baja en el crecimiento del producto mundial”, enumera el profesor asociado de la Fundación Dom Cabral de Brasil (FDC), Gabriel Aramouni.
“La disputa reduce las expectativas de crecimiento global y la demanda de productos del extranjero se viene abajo”, agrega Alfonso Esparza, analista sénior de mercado para América Latina en Oanda. “Como toda guerra, esta disputa no puede ser explicada solo desde lo económico: tiene también su origen en conflictos de orden político y de poder”, rubrica Sebastián Auguste, director de los programas de MBA de la Universidad Torcuato Di Tella.
Tal como en La Guerra del Peloponeso, no es posible señalar solo una razón que explique el conflicto. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha reiterado como motivos la existencia de un déficit comercial bilateral y la manipulación de la moneda por parte del gobierno chino. Pero para el mundo del análisis internacional dichos planteamientos son, en rigor, datos poco contundentes en sí mismos. Con respecto al déficit, Auguste explica que eso se da en el comercio de bienes y servicios, sin considerar la balanza de capital.
Si bien es cierto que muchas empresas como Apple, por ejemplo, han movido sus fábricas a China, los productos que comercializa siguen diseñándose en Estados Unidos. Cuando se adquiere un smartphone de la marca se compran materiales hechos en China y servicios desarrollados en Estados Unidos; si un estadounidense adquiere alguno de estos productos en su país, lo “importa” desde China, generando el déficit descrito por Trump. Pero, por otra parte, Apple paga en el país del norte a las personas que desarrollan los aparatos.
En cuanto a la manipulación de la moneda por parte de China, existe cierto consenso en que eso no es así. Pasan otras cosas que pueden explicar el hecho. Por ejemplo, China tiene una alta tasa de ahorro, mientras que Estados Unidos altos indicadores en gasto. No es claro que China realmente mantenga su divisa a la baja de manera artificial. “En lo que sí existe consenso en el mundo académico es que en la última ola de globalización la manufactura de muchas empresas se localizó en China, buscando salarios bajos y se quedó en Estados Unidos la parte de mayor valor agregado, asociada a investigación y desarrollo”, explica Auguste. Eso implica un rebalanceo del empleo en Estados Unidos y de su poder adquisitivo. “Los que compiten con los chinos pierden, y ahí está la base de votantes que apoya a Trump”, anota el experto. “Pero en la costa este y oeste, más relacionada con actividades económicas globales, se vieron beneficiados con esta realidad y son los que no votan por Trump”, enfatiza.
El mundo G2
Otro aspecto que juega un papel importante en esta trama se relaciona con las llamadas “empresas fronterizas”, las que –según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, OCDE– son capaces de capturar el crecimiento de su productividad a través de la tecnología. En la última década, este tipo de corporaciones ha aumentado sus niveles productivos en 30% como promedio. Pero implican solo el 5% de las empresas del mundo.
El 95% restante no experimenta avances significativos en su productividad. Hasta ahora, solo China y Estados Unidos son capaces de generar “empresas fronterizas”, lo que deja grandes ganadores y perdedores en el camino. “Se trata de un escenario de suma cero, que no fomenta la colaboración y marca una competencia feroz por el dominio del mercado digital”, explica el profesor Muñiz.
Ese aspecto económico que dificulta el hallazgo de espacios comunes entre China y Estados Unidos se suma a otros dos puntos: la creciente competencia por el talento y la concentración de la transferencia tecnológica.
Sobre lo primero, Muñiz señala que la economía digital está generando grupos que concentran conocimiento y experiencia, y ahí se produce la innovación. Silicon Valley y Shenzhen son caras de una misma moneda. “La competencia por el talento global se va a acentuar en las próximas décadas. China y Estados Unidos están obligados a chocar en ese espacio”, asegura el académico. Sobre lo segundo, se apunta a la concentración de la transferencia tecnológica y el espíritu empresarial en ciertos lugares del mundo: por cierto, aquí la competencia a nivel de grandes ligas también se da entre el gigante oriental y su par occidental.
La mayoría de los unicornios (startups que alcanzan un valor de US$ 1.000 millones en alguna de las etapas del proceso de levantamiento de capital) se encuentran en estos dos países. El paso natural de este tipo de empresas es unirse a las clasificadas como “frontera” y, por lo tanto, ser las más productivas y competitivas.
“Todo esto dibuja un mundo G2 con grandes poderes que compiten por el dominio en mercados altamente competitivos”, anota el analista.
Mirando desde América Latina
¿Cómo se sitúa la región en este panorama complejo, incierto e interconectado? No por nada entre ambos contendientes se ubican los principales socios comerciales de esta parte del mundo.
El analista Andrés Oppenheimer ha escrito que mientras Estados Unidos toma un discurso poco amistoso con el mundo latino, “China gana terreno haciendo poco ruido y mostrando interés. El presidente Xi Jinping ha visitado América Latina cuatro veces desde que asumió su cargo en 2013. Trump solo una”.
Una cercanía que tiene su correlato en la opinión pública latinoamericana. Diversos estudios de opinión dan cuenta de que en América Latina la simpatía por China aumenta constantemente. En México, 57% de los encuestados señala una opinión favorable hacia los asiáticos frente al 43% para los estadounidenses. En Argentina, la cifra es de 51% frente a 43%, y en Chile el guarismo en favor de China es cercano al 77%, frente al 61% de los estadounidenses. Solo en Brasil y Colombia la simpatía por Estados Unidos es más alta.
Y en números de comercio internacional, la relación de los asiáticos con la región es francamente positiva. De los casi US$ 17.000 millones que se negociaban en 2002, la cifra se ubicó en más de US$ 300.000 millones anuales en 2018.
China ya es el principal socio comercial de Uruguay, Perú, Chile y Brasil. Ningún efecto tiene hasta ahora la desesperada y breve gira por la zona del vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, quien llamara el año pasado “actividad económica depredadora” a los lazos comerciales chinos con los países latinos. Ni el periplo del secretario de Estado, Mike Pompeo, quien calificara, en una también breve gira por algunos países de la región, como “capital corrosivo” las inversiones asiáticas en la zona. Porque los porfiados hechos siguen su intenso camino.
Casos destacados
En el detalle, México parece ser el mejor parado de América Latina ante la guerra comercial, según el Fondo Monetario Internacional (FMI). Su cercanía a Estados Unidos y sus buenas relaciones con China lo tiene jugando con los dos pies. Por una parte, ahí donde las cifras del organismo internacional señalan que disminuye el ingreso a Estados Unidos de varios productos chinos por alzas de arancel, México aparece siendo la mejor alternativa para reemplazarlos.
De hecho, los mexicanos se ubican como los principales socios comerciales de Estados Unidos, gracias a un intercambio que, a mayo de 2019, según el FMI, se ubica en US$ 97.000 millones, desplazando a China. A su vez, son varias las empresas del gigante asiático que analizan establecerse en México y librar así varias restricciones comerciales, con lo que el país latinoamericano puede ser una efectiva “puerta de entrada” a Estados Unidos para varios productos asiáticos.
Brasil, en tanto, observa las cosas con inquietud. Los mercados esperaban que la principal economía regional siguiera un camino positivo, salvando de una recesión técnica gracias a un crecimiento del 0,4% en el segundo semestre de este año. Sin embargo, las noticias del “frente arancelario” entre las grandes potencias no solo mantiene al real en modo “carrusel”, sino que –peor aún– el estado de cosas reduce las expectativas de crecimiento global y disminuye la demanda de productos.
“El país sufre de un mal común entre los mercados emergentes, no importa qué tan bien se hagan las tareas al interior, las fuerzas del exterior pueden actuar en contra”, apunta Alfonso Esparza. El experto dice que, en términos generales, la guerra comercial limita el crecimiento global, pero a Brasil, además, le pone un techo a su recuperación: “Puede ser la economía más atractiva de América Latina, pero si el apetito de riesgo de los inversionistas desaparece, se tendrá que conformar con un crecimiento modesto”, afirma.
Chile, por su parte, tiene a su principal producto de exportación –el cobre– como la víctima del momento. La volatilidad en su valor bursátil ya lo hizo anotar su guarismo más bajo desde 2017: US$ 2,54 por libra, el lunes 2 de setiembre. China, además, crece a menores tasas que años anteriores, y se dan situaciones como la caída en las compras empresariales e industriales (índice PMI).
Un dato da cuenta de cómo la “guerra arancelaria” tiene aquí mucho que ver. Lo complicado no está en el fundamento del negocio, ya que los inventarios de cobre no han disminuido y –por lo mismo– no existen grandes movimientos en la oferta o en la demanda. El asunto está en que el dólar ha aumentado su valor. Y cuando eso ocurre, las materias primas que se comercializan bajo la divisa bajan sus precios.
Finalmente, Argentina ve las cosas complicadas en su propia realidad. De partida, sus números con las potencias no son buenos: tiene déficit comercial con ambas. Pero podría aspirar a negociar estratégicamente, “si no fuera por”, como cantaba Soda Stereo en los 80.
Una posibilidad cierta se encuentra, por ejemplo, en el desarrollo de productos con mayor valor. China ha sido reticente a la compra del aceite de soya porque prefiere hacer la molienda en su país. Pero si el país asiático ya no le va a comprar la materia prima a Estados Unidos, Argentina podría bregar con una buena negociación para ofrecer dicho aceite.
Sebastián Auguste anota que a Argentina le ha costado mucho la inserción internacional. “Su elevada volatilidad hace muy difícil ese camino, ya que se hace muy compleja cualquier planificación a largo plazo”, comenta. Y hoy, en medio de una elección presidencial intensa, las posibilidades se minimizan todavía más.
“Los gobiernos han estado mucho más atentos a las vicisitudes internas, a apagar incendios económicos, que a pensar en abrir mercados. Esta guerra comercial cae en un mal momento para el país”, enfatiza el académico.
Pero no es un mal momento para la estadounidense Costco, en medio de la crisis, quien dio el batatazo en Shanghái. “Las economías de ambos países están tan entrelazadas y la interdependencia de sus cadenas de valor está tan arraigada, que una ruptura estructural sería demasiado costosa”, advierte Manuel Muñiz.
Es lo que experimenta –sin, tal vez, pensarlo– el joven profesional chino Echo Zhou, quien debe esperar dos horas para entrar al Costco chino. Aunque la tensa espera es infructuosa, no puede comprar, porque las personas que ya atiborran el lugar se llevan casi todo. Claramente, la economía es más compleja de lo que parece.
Por: Claudio Pereda Madrid
Fuente: AméricaEconomía