Opinión: Exportar valor agregado
Como he escrito en otras ocasiones, no hay forma de sobreestimar la importancia de las exportaciones para una economía pequeña como la dominicana. Hay dos razones principales para ello. Primero porque el tamaño de nuestro mercado y de la demanda interna es insuficiente como para lograr realizar un volumen de producción y de empleos e ingresos asociados que permitan alcanzar una vida materialmente digna para todos y todas.
Segundo, porque para producir necesitamos importar maquinarias, equipos e insumos que no producimos, y para ello requerimos de moneda extranjera que se obtiene exportando. Más aún, una parte relevante de lo que consumimos lo importamos porque, debido a nuestro tamaño, no tenemos los recursos y las capacidades para producir la variedad de bienes y servicios que consumimos.
Desafortunadamente, a lo largo del último cuarto de siglo, las exportaciones de bienes y servicios han perdido peso en la economía nacional. Mientras a inicios de los noventa, su valor era equivalente a más de 36% del PIB, en años recientes ha rondado el 25%. Las de bienes equivalen a alrededor del 15% del PIB y las de servicios, principalmente turismo, al 10%. La participación de la República Dominicana en el comercio internacional también ha declinado. Actualmente nuestras exportaciones representan cerca del 0.05% de las exportaciones mundiales. En comparación, a inicios de la década pasada eran equivalentes a 0.086%.
Ese insuficiente desempeño externo ha sido parcialmente aliviado por el flujo de remesas familiares, y en los últimos diez años por el incremento del crédito al sector público. Hay quienes alegan que también la inversión extranjera ha contribuido pero cuando se mide el efecto neto, esto es, los flujos de nuevos recursos entrantes descontando la repatriación de utilidades de inversiones pasadas, se advierte que el impacto ha sido limitado. De hecho, en promedio, entre 2013 y 2017 el flujo neto ha sido negativo. Tanto la inversión extranjera como el crédito externo no son fuentes no sostenibles de divisas a largo plazo, por lo que las exportaciones tienen un rol irremplazable.
No obstante, no se trata sólo de exportar más millones de dólares sino, más bien, más valor agregado porque es eso lo que permite crear empleos y capturar recursos netos. Eso significa lograr que cada unidad de mercancía vendida en los mercados internacionales tenga una proporción creciente de valor agregado en el país. La pregunta, entonces, es cómo lograr eso. La respuesta puede ser interminable pero es de mucha ayuda visualizar que la inserción dominicana al comercio internacional consta de tres pilares.
Exportaciones nacionales
El primero son las exportaciones nacionales, consistentes en productos industriales, agrícolas y mineros. En 2017 alcanzaron 4,400 millones de dólares y explicaron el 44% de todas las exportaciones de bienes. Son exportaciones muy diversas pero, en general, se caracterizan por tener procesos productivos relativamente cortos y el grueso tiene valores agregados reducidos. El 40% (más de 1,700 millones de dólares) fue minerales, los cuales son extraídos y procesados sólo lo suficiente como para ponerlos en condiciones de ser transportados. Las de productos agropecuarios alcanzaron algo más de 470 millones o el 10% del total. De eso, el 60% fue banano, en donde el procesamiento se limita al lavado, selección y empaque.
Los productos industriales, que por definición, requieren mayor procesamiento, explicaron casi la mitad de las exportaciones nacionales, sumando 2,186 millones de dólares. Pero cuando se descuentan las de combustibles para aeronaves (457 millones), las cuales son formalmente exportaciones, pero que no involucran procesamiento alguno en el país, el total se reduce hasta 1,729 millones, un monto similar al de las exportaciones de minerales y que equivale al 18% de todas las exportaciones.
Zonas francas y cadenas de valor
El segundo son las exportaciones de empresas que en su mayoría se amparan bajo el régimen de zonas francas, y que forman parte de largas cadenas de valor a nivel internacional. En 2017 sumaron más de 5,500 millones y explicaron más del 55% de las exportaciones totales. Una importante excepción es las exportaciones de cigarros (casi 800 millones). En su mayor parte se ubican en zonas francas pero no son parte de cadenas globales importantes. De hecho, son cadenas muy cortas porque la mayor parte del tabaco se cultiva localmente, se complementa con hojas importadas, se elaboran los cigarros, y se empacan y exportan listos para el consumo, y todo esto sucede en el país.
Pero en el resto de los productos como dispositivos médicos (casi 1,300 millones), confecciones textiles (menos de 1,100 millones), productos eléctricos (880 millones), joyas (420 millones) y calzados (391 millones), las operaciones que se realizan en el país, en su mayoría, son relativamente simples e intensivas en trabajo de poca calificación y consisten en operaciones relativamente rutinarias y estandarizadas. A pesar de que hoy son más complejas que en el pasado, el valor que agregan es limitado porque nuestras capacidades y habilidades lo son. Además, las empresas que participan tienden a ser de dos tipos: subsidiarias de corporaciones transnacionales, o empresas independientes que operan en mercados ultra competitivos y bajo contrato de esas corporaciones. Esto hace que tengan poco poder y capacidad para capturar mayor valor por la vía de precios más altos.
Datos de la Balanza de Pagos del país sugieren que, en promedio, el valor que agregan representa menos del 35% del total exportado, y seguramente son una fracción mucho más reducida del valor total de la mercancía cuando esta está disponible para el consumo final.
Turismo
El tercer pilar es el turismo, el cual ha registrado un importante dinamismo en años recientes. En 2017 explicó el 42% de las exportaciones de bienes y servicios, y si consideramos las exportaciones indirectas, esto es, los bienes y servicios nacionales encadenados al turismo, el porcentaje es algo mayor.
Sin embargo, en la medida en que el país oferta un único producto (turismo de playa) y poco distinguible de otros destinos de playas tropicales, el valor que se puede atrapar a través de márgenes más elevados que permitan generar mayores ganancias y salarios es reducido. En adición, al tratarse de un servicio de relativamente baja gama, el espacio para el cambio tecnológico y para lograr ganancias en productividad es limitado.
Retos
En cada uno de esos tres pilares, hay fuertes retos para hacer la diferencia de verdad. Estos superan por mucho los objetivos, valiosos ciertamente, que se hacen actualmente para mejorar el marco regulatorio y el tratamiento burocrático a las exportaciones y las inversiones.
En las exportaciones industriales nacionales, hay que poner esfuerzos en incrementar la calidad de la producción. Con la actual, muchos de los productos no tienen posibilidades de participar en los mercados internacionales y, de hecho, están siendo vencidos en el país por las importaciones. También, hay que priorizar los mercados regionales, tanto por parte de las empresas como de la agencia nacional de promoción. Este el espacio natural donde hay más oportunidades para competir. Sin embargo, aún allí exportar es difícil porque hay que abrirse espacio entre proveedores globales o regionales muy competitivos.
En las exportaciones agropecuarias no hay mucho espacio para incrementar el valor agregado que no sea por la vía de producir rubros exóticos de alto precio. Eso no significa, sin embargo, que aumentar la producción y las exportaciones no sea importante. Dos de los desafíos más grandes son mejorar los controles sanitarios (recuérdese la amarga experiencia de la veda estadounidense por la Mosca del Mediterráneo) y reducir sustancialmente la devolución de embarques, e incrementar la producción y la oferta exportable.
Con respecto a las exportaciones de zonas francas y la participación en las cadenas globales de valor, el desafío es doble. Primero, atraer más inversión y de mayor tamaño para lograr más empleo. Segundo, escalar en esas cadenas. Eso significa buscar mover el tipo procesos que se realizan desde unos de bajo contenido tecnológico y limitadas habilidades humanas, hacía otros de mayor contenido y que demanden más capacidades de las personas. También lograr más encadenamientos con las empresas nacionales. Sólo así se logra atrapar mayor valor en la cadena. Esto requiere una visión estratégica del Estado en términos de qué tipo de empresas y actividades priorizar en la atracción de inversiones y sobre la oferta pública necesaria para lograr esa transformación, tales como educación y capacidades logísticas.
Por último, no hay mucho nuevo que decir respecto al turismo. Las claves son mayor diversificación en los productos turísticos de lo que se ha logrado hasta ahora, mayor diferenciación del país como destino para lograr márgenes más elevados, y mayores encadenamientos con la industria nacional, tanto en la construcción e instalación de hoteles como en su operación.
Obviamente que, transversal a todo esto está lograr un entorno institucional que atrape a los inversionistas, genere confianza y contribuya a contrarrestar algunas desventajas de costos como salarios y otros, y que son frecuentes en países de ingresos medios comparado con países de muy bajo ingreso.
En síntesis, no es exportar más. Es exportar más valor agregado.
Por: Pavel Isa Contreras
Fuente: El Caribe